(ANSA) - BRUSELAS 1 NOV - El Tratado de Maastricht cumple su
trigésimo aniversario y afronta hoy en día el desafío de la
reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
El pacto, que acercó siempre más los destinos de los pueblos
del Viejo Continente, sancionando, al mismo tiempo, los rígidos
parámetros a respetar en el orden de las cuentas públicas, dio
así el rostro que tiene hoy la Unión Europea (UE). Célebre a
todos además por haber sentado las bases de la moneda única y la
ciudadanía europea
Un dosier, el del Pacto, desde siempre en el centro de
feroces choques entre los países miembros y ahora vital para el
futuro económico de la propia Unión, marcada por las heridas
dejadas primero por las crisis del débito soberano y luego, en
los últimos tres años, por un estado de emergencia permanente,
que pasó del Covid a la agresión de Rusia contra Ucrania, hasta
el sangriento conflicto entre Israel y Hamas.
Firmado el 7 de febrero de 1992 en la ciudad holandesa
fronteriza y entrado en vigor en la medianoche del 1 de
noviembre de 1993, en las intenciones de los doce líderes
europeos artífices del convenio -entre ellos el presidente del
Consejo italiano, Giurlio Andreotti, el canciller alemán Helmut
Kohl, y el mandatario francés Francois Miterrand- el Tratado
debía representar el primer paso hacia la Unión económica,
monetaria y política.
Un auspicio nacido en el surco de la euforia que estalló por
la caída del Muro de Berlín. Pero que todavía hoy fatiga a
adversarios, debilitado por una integración europea a más
velocidad, del rechazo a menudo categórico de una progresiva
cesión de la soberanía nacional, y del cíclico soplo de los
vientos del euroescepticismo.
A dividir en el terreno económico son, desde siempre, los
criterios homónimos fijados en Maastricht para ingresar en la
moneda única: una relación déficit/PIB no superior al 3% y una
deuda de no más del 60%. Estacas jamás del todo respetadas, a
partir de Alemania, a la cabeza de los rigurosos y; sin embargo,
la primera -junto a Francia- en pedir en 2003 una suspensión de
los procedimientos de infracción previstos en el Pacto, luego de
haber violado por dos años la regla del déficit.
En 2009, después de la dramática crisis financiera, cambió
la historia de Europa, con los programas de salvataje, lágrimas
y sangre de Grecia y la introducción de nuevas reglas (six-pack,
Fiscal compact y two-pack), apoyadas por los halcones del Norte,
a reforzar las obligaciones (como el tristemente célebre recorte
anual de un vigésimo de deuda superior al 60%) y la vigilancia
de las políticas de presupuesto.
A dar nueva linfa a la nueva gobernancia económica,
finalidad clave en le mandato de la Comisión Europea registrada
por Ursula von der Leyen, fueron, al finalizar 2021, el
presidente francés, Emmanuel Macron, y el ex premier italiano
Mario Draghi: necesario "más espacio de maniobra" -su pedido-
para las inversiones necesarias para apoyar el crecimiento y las
nuevas generaciones ante los shock económicos y geopolíticos.
Los parámetros de Maastricht, se dijo, no se tocan. Pero el
propósito es hacer que las vías de pago de la deuda sean más
realistas, sostenibles y adaptadas en un contexto sin
precedentes en el que varios países de la eurozona ya superan el
umbral del 100%.
A casi dos años de aquellas palabras, las tratativas entre
los gobiernos están aún estancadas. El debate resuena siempre
similar a sí mismo: por una parte, los rigurosos, encabezados
por Berlín, que desean un target mínimo anual -igual para todos-
del pago de la deuda. Por el otro, las instancias de las palomas
del Sur, que invocan flexibilidad y piden la separación de las
inversiones del cálculo del déficit para las áreas estratégicas
como el cambio verde y la defensa.
La cláusula de salvaguarda que suspende el Pacto, activada
en 2020 para hacer frente a la emergencia Covid, terminará el 31
de diciembre. El futuro por ahora no conoce nuevas reglas, solo
aquellas de un retorno al pasado. Un escenario del todo molesto
para Roma y sus aliados.
Entre tanto, también el destino de la Unión bancaria está
suspendido. En espera de la ratificación por parte de Italia a
la reforma del MES y su paracaídas ("backstop") por las crisis
bancarias. (ANSA).
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