(ANSA) - UMAN, 28 APR - Aún antes de llegar a los escombros,
es el olor a quemado el que anuncia la enésima matanza de
civiles en Ucrania, y el viento, que es fuerte, porta consigo el
mensaje de que la muerte llegó al alba a Uman, donde un misil
ruso destruyó un edificio residencial, uno de los tantos de esta
zona en la periferia de la ciudad.
Entre las excavadoras, tiene lugar un ir y venir de los
bomberos y los socorristas, que pasan entremedio de la gente y
los autos destruidos con los cadáveres de esta nueva tragedia.
En tanto, las fuerzas de seguridad recuperan los restos del
cohete para tener pruebas contra los invasores: un funcionario
camina rápido, en su chaqueta la inscripción: "War Crime
Prosecutor", fiscal de los crímenes de guerra.
Mientras lo bulldozers trabajan para mover los detritos y
liberar espacio en búsqueda de posibles sobrevivientes, a los
lados de las callecitas decenas de personas observan atónitos el
esqueleto del edificio. Hombres, mujeres, muchachos, muchachas
consumidos por la espera de saber si sus padres, madres, hijos,
parientes, amigos saldrán vivos o no de aquel cúmulo de cementos
y chapas.
Tatiana, de 29 años, comenta a ANSA que se siente milagrosa:
solamente una pared separó a ella, su marido y sus dos niños de
2 y 10 años del misil.
"No sé nada sobre las condiciones de mi casa", explica, e
indica una pequeña ventanita justamente en el confín del vacío
dejado por el ataque. ""Veo que está quemada, probablemente fue
destruida".
En Uman, lo que resultó fatal fue el hábito de la guerra: "A
las 4 de la mañana recibimos la alarma aérea que nos despertó,
pero dado que ya todos estamos habituados volví a la cama e
intenté dormir", expresó Tatiana. "Luego escuchamos la
explosión, tomamos a nuestros hijos, los teléfonos y los
documentos y huimos". En las escaleras observó las puertas de
los vecinos dañadas. "Dentro, hemos visto una pared derrumbada,
pero decidimos no detenernos, teníamos mucho miedo".
Con lágrimas, Tatiana dice que no tiene dudas: "Todas las
personas que vivían en los pisos que se derrumbaron y quemaron
murieron allí, el misil impactó la parte del edificio en la cual
estaban los dormitorios. Esta es una zona residencial, tantos
niños viven aquí. Conocía a todas las personas de esa parte del
edificio. mis vecinos de casa. Ahora estoy conmocionada, no sé
qué día es, todavía estoy elaborando lo que sucedió. Y no sé
como me salvé, creo que fue obra de Dios. No puedo explicármelo
de otro modo: mi apartamento está intacto y el de al lado
destruido".
Hablar de milagros parece una contradicción en un lugar que
fue maldecido por la guerra.
En el espacio externo de la escuela junto al edificio,
convertida en la base para la asistencia de los desplazados, los
operadores sanitarios recogen muestras de ADN para tratar de
identificar a las víctimas.
Un poco más allá, los voluntarios ofrecen alimento y ayuda a
tantos que se aprietan en sus abrigos, estallan en lágrimas, se
abrazan, suspendidos en lo que parecer ser una eterna pausa de
desesperación, mientras el tiempo que pasa les roba cada
esperanza de vida bajo los escombros.
"Era la vecina de una familia que vivía aquí. El papá y el
hijo están en el hospital, pero no sabemos lo que ocurrió con la
mamá y las otras dos niñas, los socorristas no nos dicen nada",
llora desesperada una mujer.
Dos muchachas merodean entre los socorristas. "Nuestro mejor
amigo vivía aquí, ahora está en nuestra casa pero no sabemos qué
ocurrió con sus padres. Vinimos a ver si hay alguna cosa".
"La espera de saber el destino de los propios seres queridos
es duro, tanto como ser un sobreviviente o una víctima", explica
Ruslan, entre los psicólogos que ayudan a las personas
desesperadas y bajo shock.
"Aquí observé tanta rabia contra los militares rusos que
descerrajaron el ataque". Una rabia alimentada por la
incapacidad de hallar la lógica de una agresión dirigida a un
barrio residencial, entre árboles en flor y parques con
toboganes y columpios.
Veintitrés muertos de los cuales cuatro son niños es el
balance que llega mientras el ocaso ilumina de rojo las ruinas
de Uman.
"Es un día de tristeza para nosotros", dice a ANSA al
alcaldesa Iryna Pletnyova,
diciéndose convencida de que "la ciudad se recuperará". Pero no
todavía, no hoy. (ANSA).
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