La niña apenas apenas retiró de la montaña de detritos su manta rosa. La vio asomar de entre los escombros y no pudo resistirse pero su gesto preocupa a los socorristas que le piden gentilmente alejarse de la zona, en el barrio más afectado de Adana, ciudad habitada por más de 2 millones de personas en el sudeste de Turquía.
Los equipos de la Protección Civil local trabajan ininterrumpidamente desde hace casi 24 horas. El edificio de 14 pisos donde vivía Esra no se derrumbó con el primer movimiento telúrico de magnitud 7,9 la noche del 6 de febrero. Se derrumbó algunas horas después, durante el día, hacia las 13 locales, cuando un segundo terremoto se abatió en el sudeste de Anatolia haciendo temblar también a Adana.
En aquel momento 12 personas se hallaban en el interior del edificio. Volvieron para recuperar de sus apartamentos algunas ropas con las cuales pasar la noche en otro lado porque, luego del sismo, sus casas fueron declaradas inhabitables como decenas y decenas de otros edificios de 15 pisos en la zona que, según narran los habitantes del lugar, fueron construidos solo en los últimos 15 o 20 años. Dos de estos se desplomaron completamente, mientras otros presentan serios daños en su estructura.
Durante la noche tres personas fueron extraídas vivas de aquel cúmulo de escombros, luego de haber sido sepultadas por casi 10 horas. No hay rastros de las otras nueve y las víctimas del sismo más violento afrontado por Turquía en los últimos 20 años, después de aquellos que azotaron la provincia al este de Estambul en 1999 matando a casi 20.000 personas.
El terremoto del 6 de febrero no es solo "uno de los más grandes desastres" para Turquía sino también para la historia mundial, dijo hoy el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, anunciando el estado de emergencia por tres meses en las 10 provincias azotadas por el sismo mientras la víctimas llegaron a más de 4.000 solo en Turquía. Un balance destinado a aumentar.
El hospital de Adana en el barrio Cukurova está repleto, en la entrada de Primeros Auxilios se divisa una pareja de treintañeros, la muchacha está con lágrimas en sus ojos.
"Estamos por ir al funeral de nuestra tía que perdió la vida por el terremoto", dice el muchacho sin explicar porqué están allí mientras personal de seguridad intima que no es posible hacer entrevistas. "No tenemos más nada y, por consiguiente, más nada que perder , pero ello decidimos trasladarnos a otra parte, todavía no tenemos un plan preciso pero con mi familia estamos seguros que no permaneceremos en Adana por más de 48 horas".
Alper Aslan es un experiodista deportivo de 45 años y en los últimos dos días durmió en el auto con su familia porque su vivienda está completamente destruida a causa del terremoto.
"No solamente perdí mi casa, perdí también queridos amigos en esta tragedia", dice mientras bebe un té sentado en un comedor con una estructura de acero y madera, uno de los tantos lugares elegidos por las municipalidad donde los refugiados pueden hallar un lugar cálido donde estar y alimento gratuito.
"Fue un minuto y medio de terror, psicológicamente y físicamente devastador", expresó con una mirada nerviosa, recordando el momento del movimiento telúrico.
"El golpe fue fortísimo, todos dormían, apenas tomé consciencia de la situación llevé fuera a las niñas", dice Bekir Buker, 40 años, empleado de control de calidad de una distribuidora de productos hortofrutícolas.
También él se halla en el mismo comedor con los otros refugiados. A su lado las hijas lloran mientras la esposa tiene un imprevisto desmayo, se recuperará poco a poco gracias a la ayuda de las otras personas en el local.
"Es terrible, no podemos volver a casa porque es inhabitable, no tenemos nuestras cosas y no podemos siquiera volver a tomarlas, esperamos y veremos qué sucederá mañana", dice con los ojos desorbitados, marcados por los anteojos de quien no duerme desde hace dos días.
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