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Aleksandr Lukashenko, el "dictador loco" que el Kremlin necesita

El eterno "pequeño padre" de Minsk, entre pifias y arrebatos

BRUSELAS, 27 MAR, 27 marzo 2024, 19:01

Redaccion ANSA

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Alexandr Lukashenko (izquierda) junto a Vladimir Putin (derecha) © ANSA/EPA

El presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, es justamente el "dictador loco" que el mandatario ruso, Vladimir Putin, "necesita", según trascendidos.
    Según reportes, en diciembre de 2021, en el inicio del invierno boreal, en el Palacio del Kremlin se preguntaban: "¿Y qué debemos hacer con ese loco de Lukashenko? Lo conservaremos".
    La relación entre Minsk y Moscú es sólida, aunque fluctuante, entre los arrebatos y pifias del eterno "Batka" ("pequeño padre"), quien es presidente de Bielorrusia desde 1994.
    Durante años en la estrategia de equilibrio entre la Unión Europea y Rusia, con acuerdos comerciales por aquí y de gas por allá, en los últimos tiempos, cuando ha sonado la campana de una nueva guerra fría, Lukashenko se reencuentra del lado de Putin: con su Bielorrusia mantiene vivo el presunto sueño imperial del mandatario ruso.
    Incriminar al "dictador bielorruso" es difícil, siempre se mantiene en la delgada línea.
    Y contradecir a Putin, a quien llama hermano mayor aunque políticamente el veterano sea él, sobre la versión de la fuga de los terroristas del atentado en el Crocus City Hall a Ucrania puede parecer suicida.
    Como cuando a finales de julio de 2020 metió en celdas a 32 legionarios de Wagner, poco antes de las elecciones, que fueron fraudulentas hasta el punto de desatar "el Maidan" bielorruso, el cual fue reprimido.
    Lukashenko acusó directamente a Moscú de querer "inmiscuirse" y calificó al candidato de la oposición Viktor Babariko (arrestado) de hombre del Kremlin (en realidad era el director de Belgazprombank, filial de Gazprombank, el brazo financiero del gigante del gas Gazprom), así como de querer organizar un golpe de estado.
    Sin embargo, el tiempo pasó y, una vez terminadas las protestas, también gracias al férreo apoyo de Putin frente a su inestable aliado, las investigaciones demostraron con razón una "operación secreta" de los "servicios ucranianos" con el objetivo de socavar las buenas relaciones.
    Lukashenko, antes que se desencadenara la pandemia por el Covid-19, y también antes de la guerra en Ucrania, en la que fue cómplice pero no participante directo, había resistido durante años los intentos del Kremlin de incorporar Bielorrusia, a través de un tratado de cooperación y seguridad.
    Además, Rusia y Bielorrusia ya son participantes en el Estado de la Unión, que efectivamente suprime las fronteras, así como aliados dentro de la Unión Económica Euroasiática y en el Tratado de Seguridad Colectiva.
    Sin Minsk -tras la despedida de Kiev- esas siglas ya no tendrían sentido y Moscú perdería su última colonia europea.
    Una soberanía, la bielorrusa, ahora verdaderamente limitada tras el cambio de Constitución y la decisión de albergar armas nucleares tácticas rusas en su suelo.
    Otra explosión de visibilidad se dio cuando se afirmó que la rápida intervención de las fuerzas bielorrusas para asegurar la frontera -que no existe- desvió a los terroristas a Ucrania, la cual tiene muy pocos incentivos obvios, aparte de un "bombardeo fotográfico" autodestructivo en el programa de conspiraciones.
    Como señala el Instituto para el Estudio de la Guerra, "la sugerencia de que los atacantes viajaban a Bielorrusia, presumiblemente para buscar refugio allí, podría tener consecuencias políticas perjudiciales, ya que plantearía preguntas sobre por qué pensaban que estarían más seguros allí".
    "Lukashenko -observó un grupo de expertos- podría haber querido, por lo tanto, impedir discusiones sobre los hipotéticos vínculos de los atacantes con Bielorrusia: si, por un lado, subvierte la narrativa del Kremlin, por otro reduce su vulnerabilidad a los esfuerzos rusos por utilizar información no pública. información sobre los planes originales de fuga de los atacantes para presionarlo en el futuro".
   

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