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El opositor que desafió al zar entregándose

En 2021 Navalny regresó a Moscú, sabía que iba a una celda

MOSCU, 16 febrero 2024, 16:55

Redaccion ANSA

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Alexei Navalny era el rival número uno de Vladimir Putin. El opositor capaz de arrastrar a miles de personas a las calles para oponerse a la deriva autoritaria del Kremlin.
    El disidente que avergonzó al círculo mágico del zar con las investigaciones de su Fundación Anticorrupción. Ignorado por la televisión (en gran medida controlada por el gobierno) y por el propio Putin (que nunca pronunció su nombre), Navalny se dio a conocer a los rusos explotando hábilmente Internet y acabó rápidamente en el punto de mira del régimen.
    Navalny -según dicen las autoridades rusas- murió en prisión. Y acabó en prisión por motivos políticos, inmediatamente después de sobrevivir a un envenenamiento en Siberia que los expertos occidentales atribuyen a un letal agente nervioso militar: el Novichok. Un intento de asesinato que se sospecha involucra a los servicios secretos de Putin.
    Después de permanecer dos días hospitalizado en un hospital de Omsk, todavía en coma, fue trasladado en ambulancia aérea a Alemania y admitido en la clínica Charité de Berlín.
    Probablemente, el Kremlin pretendía impedirle regresar a su patria para excluirlo definitivamente de la vida política.
    Precisamente en aquellos meses de finales de 2020, cuando todavía estaba convaleciente, las autoridades rusas comenzaron a anunciar nuevos problemas legales para él, resucitando además una antigua condena (también de motivación política) por la que anteriormente le habían concedido la libertad condicional.
    A pesar de la amenaza, y pese a ser consciente de que acabaría tras las rejas, Navalny había decidido regresar a Rusia. Y acabó inmediatamente detenido a poco de poner un pie en el aeropuerto Sheremetyevo de Moscú en enero de 2021. En estos tres años, las autoridades rusas le han inundado de acusaciones.
    Calificaron tanto a sus oficinas como a su Fundación Anticorrupción de "extremistas", obligándoles a cerrar sus puertas. Luego, en agosto pasado, lo condenaron a 19 años de prisión en un centro de máxima seguridad, nuevamente bajo cargos de "extremismo".
    Navalny, sin embargo, siguió desafiando a Putin incluso tras las rejas: se manifestó abiertamente contra la invasión de Ucrania, que definió como "la guerra más estúpida y sin sentido del siglo XXI". Y hace apenas un par de meses - él mismo, que ya había sido excluido de las elecciones presidenciales de 2018 con un pretexto - había lanzado una campaña invitando a votar por cualquier candidato que no fuera Putin en las elecciones presidenciales del próximo marzo e intentar convencer a al menos otras diez personas hagan lo mismo.
    Fue muy criticado por algunas de sus declaraciones nacionalistas en el pasado que fueron consideradas discriminatorias hacia los inmigrantes, pero con el paso de los años había evolucionado hacia posiciones decididamente más moderadas. En los últimos tres años que estuvo detenido, sus aliados habían temido reiteradamente por su vida, denunciando que no recibía la atención adecuada, y él mismo había denunciado continuos abusos, como ser encerrado repetidas veces en una estrecha celda de aislamiento con castigos más absurdos pretextos (un botón desabrochado o haberse lavado la cara un poco antes de lo que exige la normativa penitenciaria).
    El opositor siempre ha salpicado de sarcasmo sus declaraciones, incluso desde prisión. Pero el control que Moscú tenía sobre él nunca aflojó. Como cuando, el pasado mes de diciembre, no hubo más noticias suyas durante casi todo el mes.
    El 6 de diciembre su personal informó haber perdido contacto con Navalny y el 11 hizo saber que, según la prisión de Melekhovo, ya no estaba allí. Solo en los últimos días del año el sistema penitenciario anunció que Navalny había sido trasladado al "Lobo Polar", una remota colonia penal bajo régimen especial más allá del Círculo Polar Artico. Allí murió.
   

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