(ANSA) - ROMA 2 MAR - Las pocas horas que separan los
nacimientos de Lucio Dalla y Lucio Battisti, el 4 y el 5 de
marzo de 1943, a observarlas hoy, con la lente borrosa del
recuerdo y de la celebración in absentia del 80 cumpleaños,
terminan por convertir la primera pista de una distancia sideral
que divide la vida y la carrera de dos genios de la música
italiana.
Finalmente es un episodio narrado por Dalla lo que ofrece la
imagen definitiva de esta distancia: en 1984 los dos se
encontraron en un restaurante. El autor de
"Com'è profondo il mare" estaba en el esplendor de su carrera.
Battisti había ya puesto punto final a su vida pública.
Dalla habló de un tour juntos, que debería llamarse "Los dos
Lucio" y de un eventual álbum : "El escuchaba sin darme
importancia -comentó-. Luego terminamos de comer, se limpió la
boca y dijo que no se podía hacer, que se sentía muy cambiado y
que se estaba moviendo en una muy distinta búsqueda musical".
La verdad es que los dos, a parte del dato de registro civil
y un extraordinario talento para cambiar las reglas de la
canción, en común tenían poquísimo.
Lucio Dalla era un entertainer de la existencia, un hombre
animado por una religiosidad profunda que vivía en público, con
un increíble bagaje de amistades que iban del indigente a los
poderosos de la tierra, siempre a su gusto, también porque era
él en dictar las reglas.
Transformó su fecha de nacimiento en una obra maestra
musical, su curiosidad era insaciable, hallaba siempre el modo
de cambiar sin perder el contacto con el público, compartía el
escenario con sus colegas, usaba muy bien la televisión y los
medios, amaba el arte y experimentó además formas musicales
cercanas a la ópera.
Murió imprevistamente, el 1 de marzo a un paso de los 70
años, en la habitación de un hotel luego de un concierto en el
festival de jazz de Montreaux. Battisti, dejó los tours en 1970:
cerró los puentes con la televisión el 23 de abril de 1972 con
el dúo con Mina, una de las performance musicales más
importantes de la historia de la televisión, pocos meses después
dio el adiós a la radio y en 1979 concedió su última entrevista.
De hecho huyó de la fama y del éxito obtenido gracias a un
larga colaboración con Mogol que, si se mira con atención, fue
siempre caracterizado por una tensión a superar las
convenciones, moviéndose entre los géneros.
Cuando murió a los 55 años por una enfermedad de la cual se
conocen los detalles, una suerte de Pynchon de la canción
italiana, un recluso voluntario que pasó buena parte de su vida
litigando con la prensa ( quizás cuántos hoy estarán
arrepentidos de ciertas críticas feroces), y daba a conocer
discos siempre más inmersos en una electrónica dilatada y
siempre más lejana de aquellos escritos con Mogol por los cuales
ingresó en la memoria colectiva.
Y a propósito de memoria existe un elemento que es
subrayado: los herederos de Battisti concedieron solo en 2019 la
difusión en las plataformas de streaming de su música y esta
decisión hizo que las nuevas generaciones perdieran totalmente
contacto con sus canciones.
La sensación que se tiene hoy, siempre teniendo vivo el
juego de contrastes, es que Dalla es un artista de todos que no
se fue nunca y Battisti está inserto en el corazón de los Boomer
y de la Generación X.
Cierto que en la época de los "heavenly birthday" social
(son los cumpleaños festejados post mortem) en el caso de los 80
años de Dalla y Battisti impresiona pensar cuántas canciones
legendarias consiguieron producir estos extraordinarios
talentos.
Pero más que de canciones se trata de auténticos pedazos de
historia que demuestran que la música popular es un instrumento
de conocimiento y de memoria tan extraordinaria como necesario
para comprender mejor qué somos.
Y para comprender mejor también a nuestro país, visto que
mediante los tantos cambios artísticos de estos dos gigantes,
fluyen en filigrana los cambios de una sociedad que a través de
los géneros y las novedades musicales descubrió sus humores más
reales. (ANSA).
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