(ANSA) - LOS LLANOS DE ARIDANE, 30 SET - La erupción del
volcán de La Palma de hace un año se convierte en literatura
escrita por quien vio su "casa morir como si fuera un ser vivo",
dijo a ANSA la escritora Lucía Rosa González.
Su "Diario de un volcán" es uno de los primeros libros
publicados sobre la erupción y en estos días la autora tuvo
largas filas de personas para que les firmara un ejemplar
durante la IV edición del Festival hispanoamericano de
escritores (FHE), que se celebra en Los Llanos de Aridane (La
Palma), precisamente una de las localidades más afectadas por la
erupción.
En realidad, el libro lo fue escribiendo, sin ella saberlo
todavía, cada día, durante los 85 que duró la erupción, la de
mayor intensidad en Europa desde la del Vesubio de 1944.
Su diario lo fue mandando a un periódico, www.eldiario.es,
que lo publicaba cada día, y en mayo pasado una editora alemana
le propuso publicarlo en un libro en doble versión
español-alemán.
El libro se presentará el próximo mes en la Feria de
Frankfurt.
En todo este camino ha habido mucho dolor, lágrimas
versadas y contenidas, y horas de insomnio por la pérdida de la
casa que durante 37 años fue construyendo poco a poco junto a su
familia.
"La adversidad que no podíamos controlar aquellos días la
canalicé escribiendo como una terapia", cuenta González (Los
Llanos de Aridane, 1954), que hasta ese momento había escrito
poesía, teatro y cuentos para niños.
"Cómo no tenerle miedo a una fiera que se revuelca y
embiste tras nuestros pasos. Y aúlla acechante, con la belleza
feroz de una llama que se agranda embaucadora", escribió el día
en que comenzó la erupción, el 19 de septiembre de 2021.
Hasta ese momento "no éramos conscientes de que vivíamos en
una zona volcánica", confiesa.
"Aquel día -describe- comenzamos a escuchar ruidos
subterráneos, como si fuera un río. Mi hermana veía una
serpiente reptando por debajo". Tras evacuar la casa,
regresó a ella en días posteriores en tres ocasiones, 15 minutos
cada vez, como estipularon las autoridades, para recoger
enseres.
"La primera vez no me llevé nada, porque no sabía qué
llevarme. Sí me llevé mis libros más amados", entre ellos de
Octavio Paz y Jorge Luis Borges, cuenta. El último día se
llevó "fotos, cuadros, ropa y cosas que uno piensa que va a
necesitar como el porta-bizcochones".
Era "como si viniera la guerra y hubiera que desalojar la
casa".
Ella no se llevó más enseres "porque pensaba que no me iba
a llegar. Además para darle gusto a mi hijo, que me decía: No
lleves tantas cosas porque estás dando permiso al volcán para
que entre".
La colada del volcán se paró justo en una de las huertas
de la casa "que se quedó intacta. Allí estuvo tres semanas".
Así que su esposo y sus hijos "fueron, transgrediendo las
normas, a recoger todos sus libros. De regreso por la carretera
vieron que venía bajando una colada inmensa tragando todas las
casas. Se bajaron de la furgoneta y se despidieron de la casa".
Cuando "vi la tristeza en los ojos de mis hijos comprendí
que algo terrible estaba sucediendo". "Yo vi mi casa morir como
si fuera un ser vivo", afirma la escritora, que subraya que
"aquella lava en su panza lleva nuestro recuerdo, nuestra
memoria y nuestro aliento".
El barrio de Todoque, de un millar de habitantes, en el que
vivía, fue engullido completamente y hoy su lugar está cubierto
por coladas. "Nuestra casa estaba pintada de azul y cuando
paso me creo que veo sus reflejos. Es un afecto roto", dice la
escritora, que sufre de pensar que "tu casa está ahí abajo y la
gente va a pisarla".
Ayer pasó por octava vez por delante, junto al resto de
escritores participantes en el FHE, entre ellos una veintena de
autores de México, país invitado de esta edición, y a quienes
este volcán les recuerda a los mexicanos.
"De joven veía cómo el sol salía entre dos volcanes. Viendo
las coladas me acordé de mi padre que nos llevaba a ver las del
Iztaccihuatl", contaba hoy el escritor mexicano Sealtiel
Alatriste en la mesa redonda "Historias sobre escritores,
historias sobre volcanes".
La colada volcánica ocupó 1.219 hectáreas y destruyó tres
millares de edificaciones, y 7.000 personas fueron evacuadas
durante la erupción.
En el valle "la gente tiene la mirada triste", señala
González, que dice que "un año después estoy igual, porque
todavía no tengo proyecto de futuro. Quieres recordarlo con un
afecto feliz, pero siempre hay nostalgia".
Tras alquilar de forma provisional una vivienda en el
municipio cercano de Tazacorte, ella y su familia esperan poder
ir algún día a Puerto Naos, donde tienen un departamento al que
no pueden acceder porque la localidad está cerrada debido a la
presencia de gases letales procedentes del volcán.
"Estamos esperando a que se vayan los gases letales. Cada
día miramos las medidas", dice.
"Deberíamos aprender a ser resilientes, pero cómo aprendes
tú de la adversidad? Sacarle provecho de un mal me parece hasta
cruel", sostiene. (ANSA).
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