Están sus recién cumplidos 88 años, algunos achaques, pero sobre todo esa apretada agenda que parece insostenible para un hombre de su edad.
Y luego está el Francisco que camina con sus propias piernas, sonríe, abraza y bromea. Es el que se vio esta mañana en la prisión romana de Rebibbia. El Pontífice estaba entre "su" gente ("cada vez que vengo a una cárcel, la primera pregunta que me hago es: ¿por qué ellos y no yo?", diría más tarde a los periodistas), la misma gente para quien este Jubileo dedicado a la esperanza tiene un significado real.
Las preocupaciones sobre su salud comenzaron a finales de la semana pasada, cuando tuvo dificultades para conducir algunas audiencias: "Perdón, estoy muy resfriado", dijo en un encuentro antes de aceptar cuidarse y pronunciar el Ángelus, el domingo 22 de diciembre, desde Casa Santa Marta. "Lamento no estar con ustedes en la plaza, pero estoy mejorando. Hay que tomar precauciones", admitió.
Su estado de salud, en definitiva, parece una montaña rusa, pero la voluntad de Bergoglio es no detenerse. Por eso, a pesar de que lo esperaba un periodo muy exigente con las celebraciones de Navidad y la apertura del Jubileo, a mediados de diciembre voló igualmente a Ajaccio para una visita apostólica que consideraba muy importante.
Con esa misma determinación, ha hecho saber que los viajes no han terminado: en mayo viajará a Turquía, a Nicea, para conmemorar los 1,700 años del Concilio que marcó un hito en la historia de la Iglesia.
Es evidente que sus condiciones de salud varían dependiendo de las horas del día. Como muchos ancianos, Bergoglio se despierta al amanecer y por la mañana avanza como un tren. Cada vez son más frecuentes las audiencias que mantiene en las primeras horas del día, incluso con jefes de Estado. Sin embargo, para él es más difícil sostener encuentros y liturgias a medida que avanza el día.
Por ello, la noche del 24 de diciembre su rostro reflejaba el cansancio. En el atrio de la basílica, antes de la solemne apertura de la puerta santa, Francisco no sigue el "programa" y se ausenta unos minutos, tal vez para ajustar la pesada vestimenta litúrgica o quizá por alguna necesidad personal.
Pero todo esto entra dentro de la naturalidad de un Papa que muestra al mundo, y especialmente a la población anciana, que es posible desempeñar su papel a pesar de los esfuerzos y fragilidades que llegan con la edad.
Así, tras la silla de ruedas, desde hace algunos días también ha comenzado a usar un aparato auditivo, para no renunciar a nada, ni siquiera a captar esas confidencias, a menudo susurradas, que contienen los dolores y alegrías de la gente que tiene unos instantes para saludarlo de cerca.
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