El papa Francisco dijo hoy en Ulán Bator que "el verdadero progreso de las naciones no se mide por la riqueza económica y mucho menos sobre cuánto invierten en la ilusoria potencia de los armamentos, sino sobre la capacidad de proveer salud, educación y el crecimiento integral de la gente".
Sus palabras tuvieron lugar durante el encuentro con operadores de la caridad en la capital de Mongolia y la inauguración de la Casa de la Misericordia, antes de dejar el país con destino a Roma.
Esta estructura "que construyeron y que hoy tengo la alegría de bendecir e inaugurar", dijo el pontífice, "es una expresión concreta de cuidar al otro en la que los cristianos se reconocen, porque donde hay acogida, hospitalidad y apertura hacia el otro se respira el buen perfume de Cristo".
"Gastar en el prójimo, en su salud, en sus necesidades primarias, en su formación y su cultura pertenece desde el inicio a esta vivaz porción del Pueblo de Dios", agregó. Sostuvo que "desde que los primeros misioneros llegaron a Ulan Bator en los años 90, sintieron de inmediato el llamado de la caridad, que los llevó a cuidar a la infancia abandonada, de hermanos y hermanas sin hogar, de los enfermos, de las personas con discapacidad, de los presos y de todos aquellos que en su condición de sufrimiento pedían ser acogidos".
Hoy, dijo, vemos que "de aquellas raíces creció un tronco, despuntaron las ramos y nacieron muchos frutos: numerosas y encomiables iniciativas benéficas, desarrolladas en proyectos a largo plazo".
La Casa de la Misericordia, agregó Jorge Bergoglio, "se propone como punto de referencia para una multiplicidad de intervenciones caritativas" y es "una suerte de puerto donde atracar, donde poder encontrar escucha y comprensión".
Ella, sin embargo, "representa una versión inédita de las iniciativas apoyadas por las diversas instituciones católicas, desde el momento que "es la Iglesia particular la que lleva adelante la obra, en la sinergia de todos los componentes misioneros, pero con una clara identidad local, como genuina expresión de la Prefectura Apostólica en su conjunto". "Me gusta mucho el nombre que eligieron: Casa de la Misericordia -subrayó Francisco-. En estas dos palabras está la definición de la Iglesia, llamada a ser el hogar acogedor donde todos pueden experimentar un amor superior, que mueve y conmueve al corazón". Por lo tanto, el Papa auspició que todos "puedan encontrarse en torno a esta realización en que las distintas comunidades misioneras participan activamente, involucrando personal y recursos".
Por último, Francisco quiso alentar al voluntariado y desmintió tres "mitos": "aquel que indica que solo las personas de buen pasar pueden comprometerse en el voluntariado"; "aquel por el cual la Iglesia Católica (...) hace todo esto por proselitismo" y, por último, "aquel según el cual solo cuentan los medios económicos, como si el único modo de cuidar al otro fuese el empleo de personal a sueldo y la inversión en grandes estructuras".
Este fue el último discurso del Papa en Mongolia antes de tomar el avión Airbus A330 que lo llevó de regreso a Roma, adonde llegó a las 16.02 (hora local). Como lo hace habitualmente, concedió una conferencia de prensa a bordo del vuelo en la que respondió sobre diversos temas.
"Las relaciones con China -dijo- son muy respetuosas, personalmente tengo una gran admiración".
Luego, le preguntaron sobre la polémica suscitada por sus frases sobre la "gran madre Rusia" y dijo que no se refirió al país "en sentido geográfico sino cultural".
"Me vino a la mente lo que me enseñaron en la escuela: Pedro I, Catalina II...", agregó.
"Aquello que quise comunicar es hacerse cargo de la propia herencia".
Por la tarde, como sucede habitualmente al término de cada viaje apostólico, Francisco se dirigió a la basílica de Santa Maria Maggiore, donde se detuvo en oración ante el ícono de la Virgen Salus populi romani. Al término de la visita, regresó a la Santa Sede, informó la sala de prensa vaticana.
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