A las ocho de la mañana, la cúpula de la basílica de San Pedro está envuelta en niebla. El aire es acre, la humedad moja los adoquines. Los asientos ya están ocupados y la Guardia Suiza indica a los fieles dónde pueden seguir de pie el funeral de Benedicto XVI.
Sin embargo, alguien, a la derecha del pesebre mirando hacia la basílica, permanece inmóvil frente a la puerta que conduce al centro de la plaza. Explica que tiene una "reserva online" y que tendría derecho a sentarse a asistir a misa. Los gendarmes responden que "los han engañado".
De hecho, no había necesidad de ninguna reserva. Es una multitud silenciosa que sigue la celebración, a pesar de que hay unas 50.000 personas en la plaza, según estimaciones de la gendarmería.
Entre los presentes están los que leen el librito de la misa con antelación, los que van a confesarse con los religiosos que se mezclan con los laicos, los que acunan a un recién nacido. Hay una pequeña de apenas cuatro meses en brazos de su madre, junto a ellos está su padre. Vinieron de Marsella. Otra mujer tiene a su hija de tres meses con ella. Llegó desde Alemania y vivió en Baviera, donde nació Joseph Ratzinger.
"Fue un gran Papa al que quiero agradecer", explica.
Cuando llega el momento de la Eucaristía, también se reparte la comunión en la plaza. Alguien, tras honrarlo, se arrodilla a rezar sobre los adoquines mojados, mientras a su alrededor empiezan a enarbolarse pancartas del Papa Emérito. Cuando el féretro sale de la plaza, acompañado de aplausos y el coro "Benedetto, Benedetto", Marco, que viene de Novara, muestra una fotografía de Ratzinger vestido de Papa, le brillan los ojos.
"Me acercó a la Iglesia. Antes veía las cosas con más desapego -dice-. Recuperó la tradición, fue un hombre abierto a todas las posibilidades".
Con él está don Gianmario, que se reunía todos los años con Ratzinger en Castel Gandolfo el 15 de agosto. "Echo de menos su enseñanza ilustrada y esclarecedora", explica.
Cuando los fieles abandonan la plaza, una banda bávara toca sus himnos. Hombres y mujeres visten ropas tradicionales, se forma una procesión detrás de ellos a lo largo de via della Conciliazione. "Somos unos 200 en total", explican.
Más allá de las barreras restantes hay una mujer que lleva un cartel. Es de Alemania, no asistió al funeral. Está aquí para protestar contra "lo que encubre a la Iglesia", dice. "Ratzinger luchó por las cosas justas. Pero no luchó lo suficiente, debería haber alzado más la voz", concluye. Luego mira el cartel que lleva atado y se queda en via della Conciliazione mientras la gente se marcha.
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