Un destino al que los propios conservadores parecen de hecho resignados, eslóganes a un lado, y sobre el cual los laboristas se limitan a proyectar una sombra de superstición: evocando el temor -marginal- de una caída de la participación debido a la ausencia de suspenso, que sobre el papel podría afectar el tamaño de una casi segura súper mayoría.
El último clavo en el féretro del partido que fue de Winston Churchill o de Margaret Thatcher lo clavó, en la vigilia de la apertura de las urnas a 50 millones de ciudadanos británicos con derecho a voto, el Sun. Diario de orientación conservadora, brexiteer y populista, de propiedad del tiburón australiano Rupert Murdoch que, esta vez, traicionó la causa Tory uniendo 'in extremis' su voz al coro de endosos en favor de Starmer, de 61 años, saludado como "el nuevo manager" del que el Reino Unido tiene necesidad, y despachado por haber reportado al Labour al centro, luego del paréntesis del liderazgo de la izquierda radical de Jeremy Corbyn, al únísono con gran parte de la prensa del establishment.
Y en un contexto en el que el más leído de los periódicos de la isla asciende al carro del vencedor anunciando laborista como hizo en el pasado solo en tiempos del liderazgo de Tony Blair (ex amigo personal de Murdoch, antes de una historia de presuntos cuernos).
Un precedente recordado a regañadientes, al margen del último día de mitines, también por el actual ministro de Trabajo, Mel Stride, el primer miembro del gabinete de Sunak dispuesto a reconocer explícitamente la perspectiva de "una derrota aplastante sin precedentes", como por ejemplo garantizar a los laboristas una mayoría superior a la de Blair en 1997. O incluso la obtenida en parte por los conservadores -en coalición con dos aliados menores- allá por 1931.
Quizás las comparaciones tácticas (teniendo en cuenta que el déficit de 492 escaños del 31 no se refleja hoy en absoluto en los cálculos de los institutos de sondeos de opinión) avanzaron para bajar el listón de las expectativas más allá de toda medida. O tal vez para presionar a algunos votantes laboristas a que no se molesten en votar, como sospecha Sir Keir Starmer, alentando a la gente a no dejarse persuadir a "quedarse en casa" si realmente quieren ese "cambio" al que tantos se aferran "después de 14 años de caos de gobierno Tory".
Un legado desgastante para Sunak, de 44 años, fiel a su papel de insistir hasta el último segundo en los llamamientos para no dar por perdida la partida. Empero, va camino de convertirse en el rostro de una debacle que marcará época: por errores en parte atribuibles a su partido (desde los escándalos hasta la gestión del Brexit, pasando por las divisiones internas, pasando por determinadas decisiones de política económica o promesas fallidas en materia de inmigración); en parte a circunstancias externas (crisis globales, pandemia de Covid, repercusiones de la guerra ruso-ucraniana y escalada en el Medio Oriente).
El instituto YouGov, por otra parte, predice que los conservadores tendrán solo 102 escaños de 650 en la Cámara de los Comunes, un pico negativo en 190 años: a una distancia sideral -gracias además al efecto del sistema de mayoría seca del "first past the post"- de un Partido Laborista con 431 diputados (Blair obtuvo un máximo de 418), aunque apenas obtuvo el 40% de los votos. Mientras que otras estimaciones los sitúan incluso por debajo de 100, obligados a mirar hacia la derecha de los populistas reformistas del Reino Unido de Nigel Farage en términos de consenso proporcional; y en el centro, por un posible acercamiento, si no por una superación sin precedentes en términos de escaños y liderazgo de la oposición parlamentaria, por parte de los Liberal Democráticos de Ed Davey.
Mientras que el polémico pero carismático Boris Johnson vuelve a aparecer en un segundo plano. Reaparición sorpresa en un último mitin para poner un pie en la puerta tras las elecciones. Además de advertir al electorado conservador del riesgo de "una paliza" y de la tentación de votar por Farage y sus socios (definidos tout court como "putinistas") a costa de dejar que Starmer y sus compañeros (tildados de "corbynistas" a pesar de la expulsión de Corbyn): que entregaría al país -tronó BoJo en tonos casi trumpianos, de confrontación total- a un futuro "lleno de pesadillas".
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