Luego de la matanza a cielo abierto perpetrada por Hamás en el territorio israelí parece inmediatamente claro que uno de los efectos colaterales del ataque del grupo terrorista palestino es el de llevar a Israel e Irán más cerca de una confrontación, aunque no en una manera directa, sino de una "proxy war" (guerra subsidiaria), siempre más caliente. Y es lo que está sucediendo.
Ante todo, el ataque del 7 de octubre bloqueó el diálogo entre Israel y Arabia Saudita acerca de los Acuerdos de Abraham.
Era un intento, patrocinado por Estados Unidos, para llevar a Riad hacia el lado de Occidente después de un reacercamiento entre sauditas e iraníes, con el intercambio de los embajadores, llevado adelante por China en el "Gran Juego" de los nuevos equilibrios geopolíticos que se están creando desde la guerra en Ucrania en adelante.
Irán luego desplegó todas las milicias que controla. No solamente el horrendo 7 de octubre marcado por Hamás, sino además los misiles de los hutíes en el Mar Rojo, los ataques de Hezbolá en la frontera norte de Israel y lo de las varias milicias controladas por los Pasdaran entre Siria e Irak.
El error de Netanyahu -a quien Occidente le expresó su solidaridad y cercanía el 7 de octubre y reconoció el derecho a la defensa- fue el no haber escuchado el consejo de sus aliados estadounidenses y europeos y de la ONU para responder al ataque de Hamás respetando la vida de los civiles palestinos.
Este empecinamiento del premier israelí -y los casi 35.000 civiles palestinos asesinados en Gaza- lo alejó de Joe Biden y de los líderes europeos aún cuando nadie desconozca el origen de todo en ese ataque del 7 de octubre, un día sangriento que para Israel equivale al 11 de septiembre estadounidense.
El raid el lunes al consulado iraní en Damasco -atribuido por Teherán a Israel- con la muerte del alto oficial iraní Mohammad Reza Zahedi llevó a nuevas amenazas de "venganza" por parte del gobierno iraní.
En la República Islámica saben bien que deberán medir su respuesta porque los ayatolás, en su ambigua política, no tienen ninguna intención, ni el coraje, ni las posibilidades de una confrontación directa con Israel. Así como fue en los años pasados: mejor mandar adelante a los hutíes, Hezbolá y Hamás.
Pero la tensión continúa en ascenso. De manera similar la nueva pérdida de vida civiles por parte de Israel con la muerte de 7 voluntarios de la ONG humanitaria World Central Kitchen corre el riesgo de hacer perder definitivamente la paciencia de Washington, de Londres y de Europa con relación al premier israelí que continúa, entre otras cosas, en ser cuestionado también en su patria por la conducción de la guerra.
El pedido de parte de la opinión pública israelí para nuevas elecciones en el país que representa la única democracia de la región hace particularmente difícil la situación de Netanyahy.
En realidad, luego de la abstención sobre la resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU, los estadounidenses continúan garantizando armas como siempre a Israel y esto divide las aguas de las relaciones entre Washington y Tel Aviv.
En el fondo están las elecciones estadounidenses en las que Biden y Donald Trump compiten por los votos de los electores judíos y musulmanes, sufragios que podrían resultar decisivos en algunos estados clave.
Pero las elecciones serán el 5 de noviembre y primero hay que encontrar una salida, el diálogo y las negociaciones para algún tipo de tregua deben llegar a un punto de compromiso en un tiempo razonable. Siete meses es mucho tiempo, demasiado para este Medio Oriente que vive al filo de la navaja.
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