En frontera con Líbano, "listos para la defensa"

Cincuenta personas en el kibutz de Sasa, todas armadas

Comandos israelíes apostados en la frontera con Líbano (foto: ANSA)
Comandos israelíes apostados en la frontera con Líbano (foto: ANSA)

(ANSA) - SASA (ISRAEL), por el enviado Lorenzo Attianese - Un hombre de unos 65 años sostiene un fusil con una mano y con la otra, señala con el dedo índice, siguiendo de lejos el recorrido de la valla electrificada que lo separa del Líbano a lo largo de un kilómetro y doscientos metros. Ahí mismo aseguró a ANSA que, según trascendidos, "desde hace cinco años, los milicianos del otro lado empiezan en secreto a cavar túneles para salir cerca de aquí.
    "Ahora entrenamos casi todos los días, tenemos que estar preparados", dijo el hombre a ANSA.
    Desde el pasado 7 de octubre, el sur y el norte de Israel son dos polos que se atraen, cada vez con más miedo a un nuevo ataque, esta vez desde la frontera con el Líbano, pero con los mismos métodos utilizados por los terroristas hace cuarenta días.
    En ese momento, unos veinticinco miembros del kibutz Sasa en la zona de Alta Galilea, en el norte del país, recibieron la "llamada número 8", una llamada telefónica que indicaba el estado de emergencia para aquellos civiles que, de repente, incluso estando en dentro de sus casas, se convirtieron en soldados.
    "Aquí vivían quinientas personas, pero casi todas fueron evacuadas y unas cincuenta permanecieron para vigilar el lugar y realizar nuestras actividades", afirmó Yehuda Calò Livne, el nuevo jefe de seguridad del lugar.
    Los hombres tienen Kalashnikovs y las mujeres, pistolas.
    Pero su esposa, Angelica Calò Livne, de origen italiano, no oculta sus temores: "La nuestra es la última casa entre las casas adosadas del kibutz y la primera en la frontera con el Líbano; seríamos los más expuestas en caso de una ataque ".
    Como si eso no fuera suficiente, tres de sus cuatro hijos fueron reclutados para la guerra en Gaza.
    Mientras, en la colina a la entrada del kibutz, los hombres entran y salen ocupados con el ir y venir de tractores y camiones cargados de manzanas y kiwis, porque el trabajo continúa pero las medidas de control ahora son similares a los de un puesto de control.
    Además, en el kibutz, después de haber sido desplazados en gran medida, hay un ir y venir de soldados de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI), alojados para comer en la cantina del pueblo y unos momentos de descanso antes de regresar a las posiciones mirando al norte.
    Los ciento veinte kilómetros de la línea azul vigilada por la ONU que discurre a lo largo de la frontera (cincuenta y dos controlados por el contingente italiano en el sector occidental) son violados continuamente.
    El cielo de Sasa, que truena incluso sin nubes, lo atestigua: los restos de los cohetes lanzados por Hezbola e interceptados por la Cúpula de Hierro israelí llueven a lo largo del día, afortunadamente lejos, mientras que en las últimas horas Israel comenzó a acertar en las posiciones de donde provienen los disparos.
    Un clima de guerra abierta no visto desde 2006, año del último conflicto israelí-libanés.
    "Hace cuatro días un cohete mató a un electricista que pasaba a cuatro kilómetros de aquí e hirió a otras personas. Por el momento, es imposible mantener aquí a familias y niños, todos los días permanecemos cerrados durante horas en los búnkeres", explicó Angélica.
    Pero en los huertos del verde y exuberante pueblo de montaña, que contrasta con la llanura árida no muy lejos, siguen trabajando más de doscientas personas, entre ellas muchos árabes de pueblos cercanos, entre ellos musulmanes, cristianos y drusos.
    Incluso la conocida fábrica local nunca fue cerrada: produce chalecos antibalas y sistemas blindados.
    Hoy en Sasa, incluso más que antes, la seguridad es la actividad principal del kibutz. (ANSA).