(ANSA) - BE'ERI (ISRAEL), 22 OTT - Un auto quemado y tanques
reciben a quienes llegan al kibutz de Be'eri, o lo que queda de
él, escenario de una de las masacres más violentas del 7 de
octubre. El pequeño oasis agrícola de mil cien habitantes ya no
existe, es que alrededor de 130 fueron asesinados, decenas han
desaparecido, los demás han sido desplazados más al norte, lejos
de la Franja de Gaza y del verdugo, que se encuentra a menos de
4 kilómetros de aquí.
En lugar de la vida del pasado, de la escuela, de la
cantina, de los jardines arbolados, que se han convertido en un
montón de escombros ennegrecidos por el fuego y atravesados
;;por disparos de granadas portátiles RPG, ahora en Be'eri hay
soldados israelíes preparándose para la ofensiva terrestre sobre
Gaza. "Hamás, ten cuidado, ya vamos", dice el reservista David
Barouch a un grupo de periodistas extranjeros, entre ellos ANSA,
al borde de lo que antes era un camino de acceso y ahora es un
desastre de barro.
"Si entramos en la Franja depende de las decisiones del
gobierno. Estamos preparados, tenemos planes para hacerlo",
asegura. "Pero la primera pregunta que debemos plantearnos es
por qué nos vemos obligados a hacerlo -se pregunta el
reservista-. Por lo que hicieron los terroristas: aquí había una
comunidad de civiles, hombres, mujeres, ancianos, niños. Y no
deberíamos incluso tener que hablar de los rehenes", dice como
para rechazar un absurdo macabro. Sus palabras son interrumpidas
por una ráfaga de explosiones, proyectiles de artillería del
ejército israelí que se preparan para llegar a la Franja.
El asedio de Be'eri duró un día y medio. Cuando los
terroristas de Hamás irrumpieron temprano en la mañana, Rami
Gold, un ex paracaidista de 70 años y veterano de la guerra de
Yom Kippur, fue uno de los primeros en intervenir en defensa de
su comunidad. Estuvo 12 horas esperando refuerzos, "fue una
eternidad", dice, con gafas oscuras y un chaleco antibalas.
Hamás entró casa por casa, "decidió quién moría y quién
vivía". "Mataron, mutilaron, violaron y quemaron", las que
sobrevivieron abandonaron los refugios "39 ;;horas después",
cuenta. El ítalo-israelí Eviatar Moshe Kipnis también fue
encontrado muerto en Be'eri: no se sabe nada más sobre su esposa
Liliach Lea Havron y otros siete miembros de su gran familia,
incluidos algunos niños pequeños.
"En 33 años de servicio nunca había visto algo así",
continúa Yossi Landau, responsable para el sur de Israel de
Zaka, la organización que ayuda al gobierno a recuperar los
cuerpos de las víctimas y que denunció las torturas de Hamás.
"Seguimos encontrando partes del cuerpo, una mano, un brazo, a
veces cenizas. Encontramos un niño quemado, no tenía heridas de
bala, lo quemaron vivo", solloza detrás de su larga barba gris.
"Fue un nuevo Holocausto, fue un nuevo Holocausto", repite en
voz baja, ya no a los periodistas, sino a sí mismo.
En aquellas horas de fuego y terror, los terroristas también
se apoderaron del jardín de infantes del kibutz. En el pequeño
parque frente a la entrada sólo queda la torre con el tobogán,
de la arena emergen juguetes y camiones de plástico de colores.
En la puerta de cristal destrozada aún se destacan las palabras
"Bienvenidos" que recibían a los pequeños y que ahora suenan
siniestras. "Sólo porque era Shabat no había niños en la
guardería. De lo contrario, habrían abierto la puerta y habrían
disparado a cualquiera que estuviera allí también", explica un
voluntario.
Más allá, los restos de una carpintería, una sierra de mesa
y el olor todavía fuerte a madera recién cortada. Un colchón
quemado frente al patio de una casa que sólo aparentemente
parece haberse salvado. Las topadoras del ejército israelí hacen
el resto y derriban el kibutz, reducido a un esqueleto sin alma.
(ANSA).
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