(ANSA) - GAZA, 16 OTT - Un silbido. Un incendio gigantesco.
Un rugido. Luego algunos muros de hormigón temblaron bajo el
impacto de la onda expansiva. Son las 18 horas cuando Israel
llega al perímetro del cruce de Rafah, entre Gaza y Egipto: el
mensaje es claro, sin su consentimiento no se puede pasar por
esa puerta.
A poca distancia, del lado egipcio, siguen estacionados
cientos de camiones con ayuda humanitaria procedente de Egipto,
Turquía y Qatar destinada a la población de la Franja.
Hay medicinas, agua potable, colchones y mantas para los
miles de desplazados que llevan días durmiendo al aire libre,
ahora también bajo la lluvia.
Y entre esos vehículos también hay camiones cisternas con
combustible, imprescindible para los hospitales, donde comenzó
la cuenta atrás de las últimas horas de autonomía: el
combustible para los generadores sólo alcanza hasta mañana por
la mañana, lanzó la alarma la oficina de las Naciones Unidas
para la ayuda humanitaria, mientras Médicos Sin Frontera (MSF)
habla de una situación sanitaria "de colapso", con muchos
médicos huyendo con sus familias.
Del lado de Gaza, esa ayuda era claramente visible y casi
podía tocarse con la mano cuando, a las 9 de la mañana, los
funcionarios en el cruce anunciaron que se habían completado
todos los preparativos.
Cientos de personas aguardaban a la entrada de la puerta,
esperando ansiosamente la luz verde: ciudadanos extranjeros y
palestinos con doble ciudadanía, con muchas maletas y niños en
brazos, que planeaban pasar hoy por el Sinaí.
Sobre el papel parecía que el paso sería transitable hasta
las 15 horas, pero las horas transcurrieron en vano, la espera
poco a poco se fue tornando en angustia y la esperanza se
desvaneció al anochecer. Cuando la fuerza aérea israelí entró en
acción, impactó contra un puesto lateral en Rafah.
Una parada más, una más, de la única vía de escape, pero
también del único paso posible para la ayuda: parece que Israel
exige que observadores extranjeros imparciales inspeccionen
cuidadosamente lo que entra. Y quién sale. Pero también hay otra
cuestión: el gobierno de Netanyahu no acepta ninguna concesión
humanitaria mientras cientos de sus ciudadanos sigan siendo
rehenes.
Israel ya hizo una concesión sobre el papel: el domingo
anunció que había reanudado el suministro de agua potable al
sur, donde 600.000 personas fueron desplazadas de la ciudad de
Gaza y del norte de la Franja. Pero esa agua solo llegó a una
zona al este de Khan Yunes cerrada al público.
En la ciudad palestina con un campo de refugiados contiguo,
la emergencia sigue siendo dramática: muchos deambulan con
bidones amarillos o azules en la mano con la esperanza de
encontrar una fuente o un grifo activos. Quien consiga
llenarlos, al regresar a casa, deberá medir el agua con cuidado.
Para una ducha, en estas condiciones, solo se puede disponer
de una botella de un litro y medio como máximo. E incluso la
agencia de la ONU para los refugiados (UNRWA, por sus siglas en
inglés) advirtió que ya no es capaz de atender las necesidades
de los 400.000 desplazados que llegaron a sus instalaciones en
los últimos días.
Ahora sólo reciben pan y agua: "No podemos hacer más -dicen
desconsolados-. Numéricamente, superan cuatro veces nuestra
capacidad de asistencia".
Tras la decepción por no haber podido abrir el cruce de
Rafah, quienes aún tienen electricidad siguen por Al Jazeera los
discursos ante la Knesset del primer ministro, Benjamín
Netanyahu, y del líder de la oposición, Yair Lapid.
La emisora ;;;;traduce al árabe.
"Todo el mundo entiende que el futuro está amenazado y que
nos espera un ataque terrestre", afirmó uno de los habitantes.
A nuestro alrededor solo hay desolación. Las autoridades de
Gaza no proporcionaron refugio a la población ni distribuyeron
alimentos ni gasolina.
El desaliento y la desesperación se apoderan de ellos:
muchos se sienten abandonados a su suerte, con la sensación de
que dentro de unas horas o unos días el ejército israelí entrará
con fuerza en el norte. En esas calles y esas ciudades donde
abandonaron sus hogares y sus recuerdos de toda la vida. Esta
noche para esta gente ya no parece existir un futuro. (ANSA).
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