Triunfa "Rusalka", por primera vez en La Scala

Gianna Nannini, una obra "proyectada hacia el futuro"

(ANSA) - MILAN 7 JUN - "Rusalka", la obra maestra de Antonín Dvořák, que se estrenó en Praga en 1901, fue representada por primera vez en el Teatro La Scala, donde se ofreció en un espectáculo con las formas y colores del post-surrealismo.
    La puesta fue firmada por Emma Dante y Tomáš Hanus, profundo conocedor de esta obra, estuvo en el podio.
    Al cerrarse el telón, el público aplaudió largamente tanto a los autores de la puesta en escena (junto con la directora palermitana, el escenógrafo Carmine Maringola y la diseñadora de vestuario Vanessa Sannino) como al maestro Hanus y a la compañía de canto.
    Muy aplaudida fue la intérprete principal, la soprano ucraniana Olga Bezsmertna, que apareció en el proscenio envuelta en la bandera de su país.
    También las otras voces recibieron un largo reconocimiento: Dmitry Korchak (el Príncipe), Elena Guseva (la Princesa del Agua), Okka von der Damerau (Ježibaba, la bruja) y Jongmin Park (Vodník, el espíritu de las aguas).
    En una sala abarrotada también se encontraba una reina del rock como Gianna Nannini: "La ópera es parte de mí -dice- y esta obra de Emma Dante se proyecta hacia el futuro. Es una obra femenina, un gran cuento de hadas".
    En cualquier caso, un cuento de hadas con un final trágico, como subraya el director, checo como Dvořák, "a la manera de La Sirenita, de Andersen, porque Rusalka es una criatura acuática que se convierte en mujer por amor y el drama se construye sobre estos supuestos".
    Un cuento de hadas "psicológico, incluso psicodélico", según la directora, que lo ambienta en una iglesia gótica en ruinas e inundada, en medio de un bosque, con una gran piscina de agua en el centro de la escena, que tiene como misión conectar el mundo de los humanos con el de las criaturas acuáticas.
    Es aquí donde la ninfa Rusalka, que al principio tiene tentáculos en lugar de piernas (entra en escena en un carrito), ve al príncipe y se enamora de él. El Espíritu de las aguas y la bruja Jezibaba intentan disuadirla, pero su amor es más fuerte y decide convertirse en mujer aun a costa de perder su palabra.
    Los autores de los decorados y el vestuario dibujan un cuadro de cuento, entre criaturas de la fantasía, el mito y el sueño: hay cervatillos blancos con cuernos rojos y ondinas que bailan en el gran tanque con movimientos de nado sincronizado.
    En el segundo acto, una gran cortina verde (un denso bosque) cobra vida y en el palacio del príncipe con altos muros azules, los invitados vestidos como juguetes rosas se mueven mecánicamente, porque no tienen corazón y devoran los tentáculos que Rusalka ha abandonado.
    Cuando el príncipe la traiciona por una mujer humana, Rusalka es humillada, su femineidad deshonrada, tanto que cuando él se arrepiente y vuelve a buscarla, ella no puede perdonarlo y él le pide un beso, sabiendo que su beso mortal terminará por matarlo.
    Ya no es una ninfa, ya no es una mujer, Rusalka ya no podrá vivir ni morir.
    Para Emma Dante es ella, "como siempre una mujer, la verdadera víctima sacrificial de esta historia". (ANSA).