Así lo cuenta en Tenerife (Canarias), donde ayer recibió el galardón a la Mejor Película de los Premios Quirino recién llegado de Italia para la promoción de la película con motivo de su estreno en aquel país.
La cinta fue candidata a los Oscar en la pasada edición y obtuvo dos premios Goya.
Después de sus películas "Torremolinos 73", "Blancanieves" y "Abracadabra", Berger (Bilbao, 1963) se adentró en el mundo de la animación para contar, sin diálogos, la historia de una amistad entre un perro y un robot en la Nueva York de los años 80 que narra Sara Varon en un comic.
Y descubrió que "si las historias las haces en animación no hay límites. El único límite es la imaginación".
En la imagen real, "los límites presupuestarios son más fuertes, en cambio, en la animación si tienes un presupuesto adecuado puedes hacer absolutamente todo", añade.
En "Robot dreams" "he hecho un homenaje a los musicales de Hollywood con miles de bailarinas de claqué, impensable con presupuesto europeo. Se puede hacer una secuencia de acción que puede parecer una película de James Bond", apunta.
"Me ha abierto el abanico de las historias que puedo contar.
Ya no tengo que ir a Hollywood para hacer una película, puedo hacer en animación una película de gran presupuesto con un presupuesto europeo".
Berger cree que "siguen existiendo prejuicios hacia la animación, aunque menos que hace 10 años".
Las películas de animación "tienen que romper ese techo de cristal, y ahora hay muchas grietas, como "Pinocho", de Guillermo del Toro. Pero tenemos que seguir repitiendo este canto de guerra de que la animación no es un género".
Además, el gran público piensa que el cine de animación es para niños, pero también es para adultos".
En "Robot Dreams" Berger quiso "tratar al adulto como un niño y al niño como un adulto".
También quiso, al hacerla sin diálogos, "acercarse al cine de Jacques Tati, donde él no habla, pero el mundo es sonoro alrededor de él".
A su juicio, "sin diálogos la cinta gana en universalidad y la empatía del espectador es mayor si entra en el viaje porque se convierte más en la experiencia del soñar despierto que para mi es el cine".
En esta historia sobre la amistad, las relaciones, la fragilidad y el duelo, el robot "es una metáfora del amigo y compañero ideal, no tiene ni Inteligencia Artificial, ni software ni chips".
A Berger le gusta más "mirar a los robots como los miran los japoneses desde los años 50, donde nunca son enemigos, como Mazinger Z, mientras que en la cultura occidental eran seres malignos".
Opina que "no hay que ser pesimistas" pues "quiero pensar que los robots pueden hacer bien a la sociedad. Todo depende de cómo se usen".
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