Lo que reavivó la polémica, en forma de verdadero choque diplomático, fue el espectacular fracaso de la visita del primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, a Londres, que se tradujo en la repentina decisión de su colega británico, Rishi Sunak.
-también sin precedentes desde el punto de vista ceremonial- de cancelar un cara a cara en la agenda de hoy.
Todo comenzó con una reivindicativa entrevista en la BBC efectuada por Mitsotakis al margen de su desembarco a orillas del Támesis el domingo por la noche. Una entrevista a la que Sunak respondió cancelando con muy poca antelación la reunión individual que debía coronar la visita, cerrando efectivamente la puerta de Downing Street en las narices del invitado.
Una auténtica bofetada a la que el primer ministro griego -"asombrado e irritado" según las palabras de su entorno- solo pudo responder partiendo indignado (y en apuros) hacia su país.
Después de rechazar, como era de esperar, la humillante oferta del Número 10 de una entrevista alternativa de último minuto con el viceprimer ministro británico Oliver Dowden.
Lo que detonó la ruptura entre los dos líderes -ambos conservadores y al frente de las naciones aliadas en la OTAN- fueron los acentos finales dedicados por Mitsotakis en las pantallas de la BBC al asunto de los preciosos mármoles traídos a Londres por Lord Elgin en el siglo XIX, en tiempos del Imperio Británico y gracias a la complacencia de los otomanos, para ser posteriormente adquirido por el Museo Británico.
"Estarían mejor en el Museo de la Acrópolis, no es una cuestión de restitución, las esculturas pertenecen a Grecia y fueron robadas", aclaró. "Tener algunas piezas del Partenón en Londres y el resto en Atenas es como cortar por la mitad La Gioconda".
Declaraciones provocativas sobre la etiqueta de una cumbre entre aliados, en la interpretación isleña, y que enfurecieron a Sunak. Quien primero reiteró secamente, a través de un portavoz, el tradicional punto de vista del gobierno de Su Majestad "contra la restitución" de un patrimonio histórico "legalmente adquirido" y sujeto por ley por una norma ad hoc aprobada hace años, la British Museum Act. Luego intensificó la escalada al punto de cancelar la cita bilateral.
Una cita en la que la delegación griega "se comprometió a no plantear" el conflicto -dada la actual incompatibilidad de sus respectivas posiciones oficiales de principio-, según la reconstrucción facilitada por Downing Street: que acusa a Atenas de haber violado no sólo las buenas costumbres, sino también el acuerdo de concentrar el foco público de la fallida cumbre como prioridad en la discusión de graves crisis internacionales como la guerra entre Rusia y Ucrania o el conflicto palestino-israelí.
Una reconstrucción que, por otra parte, Dimitris Tsiodras, jefe de la oficina de prensa del primer ministro griego, rebatió en su totalidad, alegando que no había habido ningún compromiso, sino que la intención de volver a presentar el expediente del mármol había sido comunicada "claramente" y de continuar hacerlo hasta un futuro punto de inflexión, confiándose en las costas evocadas entre los propios británicos.
No sin calificar la revocación de la invitación como un hecho inédito en las relaciones entre "dos países amigos": "No es algo que se hace -recrimina-, estamos buscando un precedente y no lo encontramos".
Todo ello en un clima de polémica alimentada también por la reunión que Mitsotakis mantuvo, antes de la cancelación de la cita con el primer ministro, con el líder de la oposición laborista, Keir Starmer: él mismo un partidario declarado del no a la restitución, pero crítico hacia "los patéticos golpes de teatro" atribuidos a la reacción de Sunak Starmer, a quien fuentes conservadoras acusan ahora de una actitud de "ingenuidad" y oportunismo, si no de inteligencia hacia lo extranjero, en un tema muy sensible de política exterior, cultural y de "interés nacional". Pero sobre todo lleno de un orgullo patriótico contrapuesto.
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