(ANSA) - BOGOTÁ, 15 SET - "Mis años en Florencia los
considero como los más importantes de mi formación", aseguró en
varias entrevistas Fernando Botero, el más grande artista
plástico colombiano y quien murió este viernes en Mónaco a los
91 años.
Botero solía decir que era una gran conocedor del arte del
Renacimiento italiano y se vanagloriaba de su saber a
profundidad del arte de ese país, a tal punto que de allí surgió
el eje central de su pintura, marcada por el volumen y el color.
Juan Carlos, uno de sus hijos, resaltó a medios de prensa
en varias ocasiones que el artista halló en 1956 la veta de su
obra, el volumen, mientras dibujaba una mandolina, pero solo 14
años después y luego de vivir en México y Nueva York, las
puertas del ámbito artístico internacional se abrieron para él
cuando Dietrich Malov, el director del Museo Alemán, llevó a ese
país varias de sus piezas para exponerlas, lo que le dio el
salto a la fama mundial.
Botero llegó al color y al volumen inspirado en las obras
del artista italiano del renacimiento Piero della Francesca,
cuya impronta visual eran la vivacidad del color, la geometría y
la profundidad de campo, como lo narró el propio artista al
documentalista canadiense Don Millar.
Botero nació el 19 de abril de 1932 en Medellín, en el seno
de una familia humilde. Fue el segundo de tres hermanos que
sufrieron la pérdida de su padre cuando aún eran niños y muy
jóvenes tuvieron que ayudar en la economía del hogar que
sostenía su madre con costuras.
Botero tomó el camino más difícil de todos los posibles, se
dedicó al arte en una ciudad pequeña que aún respiraba cierto
aire campesino, pese a ser el lugar donde surgieron las grandes
empresas y de ser cuna de los industriales de Colombia.
A los 15 años le vendió a uno de los vecinos de su casa
sus primeros dibujos por unas pocas monedas. Hoy sus obras se
cotizan en millones de dólares y los personajes de sus cuadros y
esculturas, reconocidos por su volumen, han estado colgados en
grandes museos y sus esculturas expuestas en las calles de
ciudades como París, Roma, Tokio o Nueva York.
Antes de concluir el colegio, Botero publicó sus primeras
ilustraciones en la revista dominical del diario El Colombiano
de Medellín. Tres años después marchó a Bogotá para dedicarse de
lleno a la pintura.
Como muchas de las historias de los artistas plásticos,
Botero no solo fue pobre en su infancia, lo fue en su juventud,
incluso cuando ya era padre de tres hijos.
Botero fue siempre fiel a su vocación. A los 19 años
realizó su primera exposición en Bogotá y en 1952, con un premio
nacional de pintura y unos pocos pesos, viajó a Europa en un
barco italiano, en el inicio de un camino sin retorno. Al
artista lo unió desde entonces un lazo entrañable con Italia, a
tal punto que cada año pasaba un tiempo en Pietrasanta, donde
tenía vivienda y estudio, y donde fundía sus monumentales
esculturas.
La extensa obra de Botero estaban en manos suyas, de
marchantes o de coleccionistas y están valuada en millones de
dólares. Sin embargo, de todas sus colecciones tal vez la que
más eco tuvo fue la relacionada con los excesos de los soldados
estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib, en Irak.
Pero ese no fue el único tema que Botero abordó en pinturas
y esculturas, también le dedicó tiempo a asuntos como la vida en
el circo, la violencia en su país, incluso a la muerte de su
cuarto hijo, Pedro, quien falleció en un accidente de tránsito
en España cuando apenas tenía cuatro años.
Este viernes, el colombiano más universal partió y el país
quedó sumido en una tristeza inconmensurable como su obra, pese
que una parte de ella fue donada por el artista hace 23 años a
dos museos en Bogotá y Medellín, donde siempre será eterno.
(ANSA).
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